Sólo la decisión de ser dios hasta en el llanto.
—Alejandra Pizarnik—
Vamos. El sol no espera.
—Federico García Lorca—
He dado el salto de mí al alba.
—Alejandra Pizarnik—
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
—Federico García Lorca—
Don’t let me down.
—John Lennon, Paul McCartney—
Entonces empezaste a mirar por la ventana porque los árboles estaban llenándose de hojas. Y me dijiste que te habías despertado muy temprano a escuchar la sinfonía de los pájaros. Este pequeño lugar lleno de huecos incuba tu felicidad. Mínima, como todo lo que, según dijiste, estabas deseando:
«Listado de requisitos para la felicidad mínima:
[Nota del editor: la felicidad mínima tiene el tamaño, la tersura y la dulzura de una patita de gato]
a) pájaros que canten a las cinco y cuarenta y cinco de las madrugadas en el mes de abril,
b) camomilas amarilleando el césped,
c) luna llena cada noche,
d) penachos verdes en la copa de los álamos,
e) susurros de río,
f) la roja sonrisa de un corazón palpitando».
Entonces empezaste a mirar por la ventana y deseaste gritar lo que estabas esperando: camomilas amarilleando el césped, nada más. Pero escogiste el silencio pausado de los días que empezaban a redondear una serenidad recién nacida y me dijiste, sin hablar (supe entenderte porque hace tiempo que puedo leer el susurro de tus pestañas entreabiertas), me dijiste «¿puedo pedirte algo?» Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando.
La muñeca de papel. —¿Puedo pedirte algo?
Tisbea. (Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —Cuando yo también me vaya, cuando este papel quede borrado, ¿recordarás que te amé con amplitud de silencio en horizonte limpio?
Tisbea. (Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —¿Y pensarás en mí cuando la hierba encienda sus estornudos de polen?
Tisbea. (Yo no te dije que sí pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —Cuando mis manos sólo escriban en murmullos de río, cuando mi cuerpo ya no abrace tu silencio, cuando mis ojos sólo sean luna sola para ti… tengo miedo.
Tisbea. (Yo callaba. Sólo podía callar. Pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —¿Sabes tú que un corazón nunca descansa hasta que descansa?
Tisbea. —Sí, lo sé. ¿Te imaginas? Es como pensar en hacer sesenta abdominales por minuto, desde el primer día hasta el último.
La muñeca de papel. —El corazón es un músculo. Un músculo rojo y vigoroso. No se parece a los paisajes prerrafaelistas es, al contrario, un abismo romántico.
Tisbea. —Una tormenta sublime, un grito, un terror, un silencio que corta, un deseo que duele, un tambor que no cesa, la raíz que, como yedra, dibujará radiografías de tu orgasmo.
La muñeca de papel. —Pero nadie suspira mi nombre.
Tisbea. —Rojo y vigoroso, tu corazón se ha encendido de ternura en el vértigo. Este es el vacío, Cataluna, el vacío más lleno.
La muñeca de papel. —¿El vacío más lleno?
Tisbea. —Tus dendritas dibujando universos. Amas. Amas. Amas. Amas hasta el grito más mudo. Y te florecen camomilas en los ojos.
La muñeca de papel. —Amo. Amo. Amo. Amo hasta el grito más mudo. ¿Puedo dejar de tener miedo? Y me florecen camomilas en los ojos.
Tisbea. —Amanece. Debo marcharme. Quería entregarte esto, los señores del experimento nos han hecho una foto.
La muñeca de papel. —¿Por mi cumpleaños?
Tisbea. —Sí, por tu cumpleaños. Feliz cumpleaños, Cataluna.
La muñeca de papel. —Quedaste igual que la luna. Allí estamos las dos. Separadas, con la luz encendida, acompañándonos. Me gusta la foto, gracias. Está lloviendo en día diez de abril. Y mi músculo corazón sigue pam-pam, sigue tuc-tuc, sigue diciendo amor en su silencio, sigue insomne llamando amor, llamando amor, llamando.
CGG-H
(Salamanca, 10-04-09)
—Alejandra Pizarnik—
Vamos. El sol no espera.
—Federico García Lorca—
He dado el salto de mí al alba.
—Alejandra Pizarnik—
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
—Federico García Lorca—
Don’t let me down.
—John Lennon, Paul McCartney—
Entonces empezaste a mirar por la ventana porque los árboles estaban llenándose de hojas. Y me dijiste que te habías despertado muy temprano a escuchar la sinfonía de los pájaros. Este pequeño lugar lleno de huecos incuba tu felicidad. Mínima, como todo lo que, según dijiste, estabas deseando:
«Listado de requisitos para la felicidad mínima:
[Nota del editor: la felicidad mínima tiene el tamaño, la tersura y la dulzura de una patita de gato]
a) pájaros que canten a las cinco y cuarenta y cinco de las madrugadas en el mes de abril,
b) camomilas amarilleando el césped,
c) luna llena cada noche,
d) penachos verdes en la copa de los álamos,
e) susurros de río,
f) la roja sonrisa de un corazón palpitando».
Entonces empezaste a mirar por la ventana y deseaste gritar lo que estabas esperando: camomilas amarilleando el césped, nada más. Pero escogiste el silencio pausado de los días que empezaban a redondear una serenidad recién nacida y me dijiste, sin hablar (supe entenderte porque hace tiempo que puedo leer el susurro de tus pestañas entreabiertas), me dijiste «¿puedo pedirte algo?» Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando.
La muñeca de papel. —¿Puedo pedirte algo?
Tisbea. (Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —Cuando yo también me vaya, cuando este papel quede borrado, ¿recordarás que te amé con amplitud de silencio en horizonte limpio?
Tisbea. (Yo no te dije que sí, pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —¿Y pensarás en mí cuando la hierba encienda sus estornudos de polen?
Tisbea. (Yo no te dije que sí pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —Cuando mis manos sólo escriban en murmullos de río, cuando mi cuerpo ya no abrace tu silencio, cuando mis ojos sólo sean luna sola para ti… tengo miedo.
Tisbea. (Yo callaba. Sólo podía callar. Pero te estaba escuchando).
La muñeca de papel. —¿Sabes tú que un corazón nunca descansa hasta que descansa?
Tisbea. —Sí, lo sé. ¿Te imaginas? Es como pensar en hacer sesenta abdominales por minuto, desde el primer día hasta el último.
La muñeca de papel. —El corazón es un músculo. Un músculo rojo y vigoroso. No se parece a los paisajes prerrafaelistas es, al contrario, un abismo romántico.
Tisbea. —Una tormenta sublime, un grito, un terror, un silencio que corta, un deseo que duele, un tambor que no cesa, la raíz que, como yedra, dibujará radiografías de tu orgasmo.
La muñeca de papel. —Pero nadie suspira mi nombre.
Tisbea. —Rojo y vigoroso, tu corazón se ha encendido de ternura en el vértigo. Este es el vacío, Cataluna, el vacío más lleno.
La muñeca de papel. —¿El vacío más lleno?
Tisbea. —Tus dendritas dibujando universos. Amas. Amas. Amas. Amas hasta el grito más mudo. Y te florecen camomilas en los ojos.
La muñeca de papel. —Amo. Amo. Amo. Amo hasta el grito más mudo. ¿Puedo dejar de tener miedo? Y me florecen camomilas en los ojos.
Tisbea. —Amanece. Debo marcharme. Quería entregarte esto, los señores del experimento nos han hecho una foto.
La muñeca de papel. —¿Por mi cumpleaños?
Tisbea. —Sí, por tu cumpleaños. Feliz cumpleaños, Cataluna.
La muñeca de papel. —Quedaste igual que la luna. Allí estamos las dos. Separadas, con la luz encendida, acompañándonos. Me gusta la foto, gracias. Está lloviendo en día diez de abril. Y mi músculo corazón sigue pam-pam, sigue tuc-tuc, sigue diciendo amor en su silencio, sigue insomne llamando amor, llamando amor, llamando.
CGG-H
(Salamanca, 10-04-09)