Entendemos que escribir es un acto pecaminoso.
-Augusto Monterroso-

sábado, 17 de enero de 2009

Tú y yo: nuestros castillos en el polvo


(Tisbea recomienda el siguiente enlace:

And every morning, I awake towards the edge.
—Björk («Hyperballad»)—

¡Oye mi sangre rota en los violines!

—Federico García Lorca—

vuelve del olvido
engánchate a la oferta y la demanda
—Joaquín Sabina (de «Lázaro» en Enemigos íntimos)—


Lleva toda la noche despierta, bajen inmediatamente y averigüen qué es lo que le pasa. No sé qué vamos a hacer, el personaje se está tomando demasiadas libertades y así no hay cámara que la resista. Sí, ahora pasa las noches despierta explorando los rincones de su habitación, recogiendo todas las hojas que se tienden en el otoño de su apagado cubículo.

Ellos. —Tisbea, ¿se puede saber qué estás haciendo debajo de la cama?
Tisbea. —Estoy buscando. Se me perdió una niña que no deja de llamarme. Debe estar debajo de alguna de las motas de polvo.
Ellos. —¿Cómo que debajo de las motas de polvo? Es una tarea infinita.
Tisbea. —Tengo que encontrar a la niña porque se está ahogando. Quiero llevarla de paseo por el río, así se le olvidará que tiene el corazón encharcado de silencio.

¿Qué ha dicho? Algo sobre una niña encharcada. Déjala, ya le dará sueño y se acostará a dormir. La factura de la luz nos costará una fortuna. Habrá que aumentar el presupuesto de costos adicionales. Luz encendida y calefacción encendida, con esto no habíamos contado.

La encontré. Encontré a la niña, señores, la encontré con un papelito entre las manos porque las burbujas me informaron de su paradero. ¿Quién eres? ¿Por qué no quieres hablarme? Está bien, no me digas nada, vienes empapada en un líquido viscoso, como recién nacida. Dime ¿acabas de nacer? Voy a leer el papel que traes. A mí me pusieron ellos aquí para ver cómo crezco, es un experimento. A ti, ¿quién te puso? ¿Tienes la lengua de papel y por eso no me hablas?, sólo hablan las letras de tu papel, leamos:

«Dejó de estar en el silencio como la nieve en el marco de una flor recién nacida.

Esperaba morir de luz, pero la espera era larga como la caída de una miel que sólo puede recordarse porque hace tiempo que no regresa a la boca (la miel que me dejaste en el borde de una lengua cansada de decir adiós, miel apenas derramada en las papilas, miel diluida en el borde de los labios mudos).

Todas las cosas llegaron a volverse estrepitosas, los pájaros en caída libre señalaban la hora de las no resurrecciones, el camino hacia Fénix había sido borrado.

¿Qué sería de mí en el destierro de tus brazos?

Caminaba. Caminaba hasta que las heridas de los pies la devolvían a la rutina de los saludos sin sustancia, caminaba hasta que el sol volvía a empezar por el oriente y se arropaba bajo el piélago occidente, sólo caminaba, y en el sueño nada de lo soñado le devolvía la miel.

Había perdido su rastro, su patria (¿Puedo arraigar en tu espalda? ¿Puedo mecerme en tus ojos?).

Las brújulas habían fracasado en su escueta misión de anunciarle los finales oportunos. ¿Y qué sería de ella sumergida en la oscuridad de un silencio vertiginoso como la velocidad de los cometas?

Los rincones callaban sus susurros de polvo, mientras que sólo las burbujas de una respiración con sordina indicaban el lugar donde los salvavidas deberían empezar a rastrear.

Tal vez su cuerpo, lavado ya de la tristeza, empezaría a flotar sobre los charcos y vestiría las flores de una resistencia desconocida, como esa terquedad de luna fría y acechante que se le dibujaba en el mapa de las líneas de la mano».

[Tisbea ha terminado de leer, suelta el papel sobre su regazo, toma las manos de la niña que parece una recién nacida y le pregunta, de nuevo]:

Tisbea. —¿Cómo te llamas?
La muñeca de papel. —Catalina
Tisbea. —Te llamas como la luna
La muñeca de papel. —¿Como la luna?
Tisbea. —Hay una canción: «al sol le llaman Lorenzo y a la luna Catalina», algo así. ¿Quieres ir a dar un paseo por el río?
La muñeca de papel. —¿Podemos quedarnos escuchando música?, me duelen los pies. ¿Puedo dormir un poco?, llevo mucho tiempo despierta.
Tisbea. —Está bien, pero luego vamos a donde yo diga porque yo llegué al experimento antes que tú. ¿De acuerdo?

[Y Tisbea empieza a caminar dando saltos de hormiga por la piel de Catalina, y le canta canciones de cuna hasta que Catalina se queda dormida y, luego, con mucho sigilo, Tisbea saca su bisturí, hace un corte limpio entre la tercera y la cuarta costillas del costado izquierdo de la muñeca de papel (de Catalina), encuentra el sendero de la aorta y por allí se introduce para empezar a anidar en el corazón de la luna. O para cambiarle la lengua de papel por lengua de saliva. O para guardarla del barro de los charcos y seguir protegiéndola del frío.

Tisbea. —Duerme, Cataluna, mientras arreglo estas grietas que he encontrado en tu mecanismo de bombeo de sangre. Ya veo por qué te estabas ahogando, tenemos trabajo por hacer: traeré los lápices y las herramientas.
Catalina. —Soy una muñeca que regala besos.
Tisbea. —Pues tendremos que subirlos de precio, ¿no te parece?


CGG-H
(Salamanca, 17-01-09)

miércoles, 14 de enero de 2009

Resistencia de Tisbea


EN PIE

Ayúdame a no pedir ayuda
-Alejandra Pizarnik-

La noche duerme y yo
vigilo su sueño de nieve
como si fuera el último.

La noche sufre y yo
vigilo su dolor de nieve
como si fuera el último.

CGG-H
(Salamanca, 13-01-09)

jueves, 8 de enero de 2009

Radiografía del hielo


(Tisbea recomienda el siguiente enlace:


Por caminos de espinas, he llegado
al páramo invisible.

-
Antonio Gamoneda-

Alumbraron el amanecer muertos de frío.
Se arroparon con la sensatez del desvarío

-
Joaquín Sabina (de «Pájaros de Portugal» en Alivio de luto)-

Dame la mano para entrar en la nieve.
-Antonio Gamoneda (de Libro del frío)-


Se levantó de la mesa y se puso a temblar. Sacó el cuerpo de entre sus papeles y se puso a temblar. Eso es lo que nos ha dicho la cámara oculta, señores, estamos viendo a Tisbea sin ser vistos, la seguimos, la cuidamos, de otra manera no habríamos llegado a tiempo. ¿Presión sanguínea? 90-40 y bajando, latidos inaudibles, palidez, sigue temblando. Por encima de todo, manténganla despierta, háganla hablar, mandaremos refuerzos en seguida, se desmaya, despiértenla, que diga algo, Tisbea, escucha Tisbea, ¿Qué ha pasado?

Tisbea. —Tengo la casa llena de tiritas de frío.
Uno de ellos. —¿Qué dice?
Otro de ellos. —Algo sobre las tiritas. ¿Te has cortado Tisbea? ¿Te duele algo?
Tisbea. —Tengo la casa llena de tiritas de frío. Tengo la casa llena, ¿soy yo quien sostiene las agujas de hielo?

Detengan el temblor, háganlo cuanto antes. Tisbea, ¿me escuchas? Sí, soy la cerillera. Tengo frío. Es el último fósforo. ¡No!

Se ha caído. Está fuera de cámara. Funde a negro.

Tisbea. — ¿Recuerdas a Florentino Ariza?

[Identificaremos con el nombre genérico X a ese alguien que la acompaña y le habla, sentado en el borde de la cama. No tenemos noticia de cómo ha entrado este personaje y los aparatos de medición térmica no detectan temperatura en él. Hemos pensado que, tal vez, quien la acompaña no sea más que un holograma de su sueño. Hemos descubierto en Tisbea la capacidad de corporeizar sus espejismos y en este momento habla con uno de los habitantes de su agitado universo mental e involuntario. ¿Recuerdas a Florentino Ariza?]

X. —No.
Tisbea. —Ese señor de sombrero al que encontramos un día en Bogotá, ¿no lo recuerdas? El mismo día en que me dijiste que no entendías cómo los desplazados de una guerra larguísima, refugiados en esa ciudad, podían sobrevivir a las noches de frío sin tener dónde abrigarse.

[El archivo de nuestras grabaciones contiene una conversación como la que Tisbea recuerda, sostenida con su padre cuando ella era una niña. Padre e hija caminaban como peces: buceaban una lluvia finísima en el enorme acuario de una ciudad sobre montañas].

Tisbea. —¿No lo recuerdas?
X. —¿Por qué debería recordarlo?
Tisbea. —Florentino sólo estuvo un día en la ciudad, después se marchó para no volver jamás porque no le gustó el frío.
X. —Igual que tú.
Tisbea. —Depende.
X. —¿Qué depende?
Tisbea. —Yo no me marché. A mí me gusta el frío cuando no me da frío.
X. —¿Eso que quiere decir?
Tisbea. —Fácil. A mí me gusta el frío cuando la gente espera a su papá Noel en su casa templada y enciende la televisión para ver a las personas que esquían en la nieve.
X. —Ya.
Tisbea. —A mí no me gusta el frío cuando los niños aspiran pegamento para olvidarse de que tienen frío y el frío, de todas maneras, se los lleva. ¿Podemos arroparlos con papel periódico?

¿Cuánto tiempo lleva tiritando? Cuarenta y cinco minutos. Presión arterial controlada. Habla dormida, parece que se encuentra mejor.

Tisbea. —¡Florentino!: a mí me gusta la nieve. Soy una niña y estoy en tus brazos, papá, me gusta la nieve.
X. —¿La nieve?
Tisbea. —¿No la has visto? Es agua seca.
X. —Ya.
Tisbea. —No te engaño, es agua seca, por eso cruje. Es blanca y acolchada, como los osos polares. ¿Podemos arroparlos con papel periódico?

La tenemos de vuelta. ¿Ya no tiritas? Mi nombre es Tisbea manos de carámbano. Apaguemos el frío, señores. Que empiece una nueva escena. ¿Puedo volver a sacar el cuerpo de entre mis papeles, sin que el día se me arrugue de escarcha? Acción. Escena segunda.

Se levantó de la mesa y se puso a temblar…

Esto es serio, lectores: a treinta y siete grados centígrados por mano, enciendan algo de calor humano para rodearla. En caso contrario, podríamos perderla. Como a la cerillera. ¿Alguien recuerda ese cuento de Andersen?

CGG-H
(Salamanca, 8-01-09)

domingo, 4 de enero de 2009

Tisbea


¡Fuego, fuego, que me quemo,
que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos;
que ya dan mis ojos agua.
[...]
¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma!


(Tirso de Molina, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, escrita antes de 1625, primer manuscrito conocido de 1630).

sábado, 3 de enero de 2009

El abrazo de Moebius


Pero no obstante viviendo ese brevísimo momento como si de él dependiera algo importante o no importante, o sea esos encuentros fortuitos, esas conjunciones, cómo calificarlas, en que nada sucede, en que nada requiere explicación ni se comprende o debe comprenderse, en que nada necesita ser aceptado o rechazado, ¡oh!

Augusto Monterroso
(«Navidad. Año Nuevo. Lo que sea», en Movimiento Perpetuo)

De pronto, al amanecer, se acabó el olor de coliflores hervidas, el Sena se detuvo, y yo era el único ser viviente entre la niebla luminosa de un martes de otoño en una ciudad desocupada. Entonces ocurrió: cuando atravesaba el puente de Saint-Michel, sentí los pasos de un hombre, vislumbré entre la niebla la chaqueta oscura, las manos en los bolsillos, el cabello acabado de peinar, y en el instante en el que nos cruzamos en el puente vi su rostro óseo y pálido por una fracción de segundo: iba llorando.

Gabriel García Márquez


Tras la pantalla de mi ventana, la mujer caminaba con lentitud de lluvia en un día diferente.

[En treinta y uno de diciembre, los individuos de la especie humana que habitan el planeta Tierra celebran el cambio de un número a otro. Esta celebración puede ser prueba de que dicha especie de bípedos ha alcanzado un nivel alto en la secuencia evolutiva de los organismos vivos, puesto que su sentido de la realidad está regido por la elaborada abstracción conceptual de un sistema numérico que, entre otras cosas, utilizan para contar el tiempo. Es curioso cómo dicho sistema numérico que, por su naturaleza progresiva, es rigurosamente lineal ha sido adaptado para enumerar una trayectoria que siempre vuelve al punto de partida. Curiosidades de estricta arrogancia científica, como las anteriores, llenaban la cabeza de Tisbea esa mañana. Así apunta Tisbea, en sus notas al día treinta y uno del mes doce del año dos mil ocho según la cuenta del mundo occidental y su era cristiana]:

Mi único pensamiento entre las nueve y las once de una mañana, con un sol sucio y diluido en bruma, había sido algo como esto: «Bah, Noche Vieja, tonterías. Un día cualquiera. A quién se le ocurre celebrar que la Tierra ha dado una vuelta más en torno a su eje y, de manera simultánea, ha completado un recorrido elíptico en torno al sol, con el sol en uno de sus focos. A quién se le ocurre celebrar algo que ha sucedido de la misma manera tantos millones de veces». Mi mezquino pensamiento sólo buscaba evadir la certidumbre de que era treinta y uno de diciembre y que desde niña me habían acostumbrado a que ese día, a las doce de la noche, las personas recibían abrazos. Mi ventana está situada a diez mil kilómetros de mar de los abrazos posibles y yo estaba dispuesta a dejar que las fiestas pasaran por encima de mí o, lo que es lo mismo, por fuera de la ventana. En esos pensamientos estaba cuando la vi caminando, mezclados sus ojos con la lluvia finísima de la que ella no separaba sus lágrimas. No pude evitar seguirla con la mirada, porque parecía que la lluvia venía toda en su lentitud. Una chica joven, de rasgos orientales, lloraba. Para demostrarme, tal vez, que el frío del que yo intentaba protegerme era menos frío que el suyo.

«[...] y en el instante en el que nos cruzamos en el puente vi su rostro óseo y pálido por una fracción de segundo: iba llorando».

Una chica de rasgos orientales en Salamanca y un hombre en París son la misma escena debajo de la bruma a más de cuarenta años de distancia.

[Y Tisbea vuelve a pensar en el tiempo que es la cuenta de una vuelta de planeta en su elipse, ella piensa en el giro que siempre vuelve a comenzar o en el tiempo que da vueltas y que siempre se repite en las situaciones que, tarde o temprano, se repiten para todos. ¿Por qué enloqueces así, Tisbea? Tisbea padece desmesura de mecanismos mentales como estrategia de evasión al dolor de su nostalgia, ¿seguimos en sus notas leyendo?]:

No paró de llover. El último día del año, el día en que, sin que nadie se dé cuenta, la Tierra completa una órbita elíptica con el Sol en uno de sus focos a una velocidad que marearía a cualquiera (y nadie te felicita, ¡oh, bola gigante y achatada en lo polos, por dar vueltas y vueltas con tanta precisión!), ese día salí a caminar bajo el silencio de una lluvia desierta. Todos se habían metido en sus casas a tomar las uvas, a beber su cava, a abrazarse. ¿Y la chica de rasgos orientales? El agua plastificaba el asfalto de la noche derretida en risas de tocador. Caminé con los zapatos encharcados y recordé esa historia que me contaba mi padre cuando yo estaba muy pequeña, ese fragmento de su vida cuando él, cargando con la responsabilidad de una hija por nacer, había realizado todos sus trayectos a pie en una Bogotá extensa y lluviosa, padeciendo el agua filtrada por las agotadas suelas de su único par de zapatos. Entonces yo fui la misma escena de mi padre.

Una chica de rasgos colombianos en Salamanca y un hombre en Bogotá son la misma escena debajo de la lluvia a más de treinta años de distancia.

[Y Tisbea vuelve a pensar en el tiempo que es la cuenta de una vuelta de planeta en su elipse. ¿Por qué enloqueces así, Tisbea?, ¿seguimos en sus notas leyendo?]:

Entre mi ridículo paraguas y mis zapatos empapados, de repente, comprendí. En una esquina de la calle, junto a la puerta de una casa, un hombre adulto sostenía —casi levantaba— a un anciano entre sus brazos. Mejilla contra mejilla el hombre le repetía al anciano, “feliz año nuevo, papá, he venido para verte”. La dulzura posible entre esos hombres contuvo mi aliento. Caminé muy cerca de ellos mientras entendía el secreto de los abrazos. Y me dije a mí misma, «celebran una vuelta más entre las incontables vueltas de todas esas masas de materia que se distribuyen en el universo. Una vuelta más. Pero una vuelta más para todos los que seguimos contando la vuelta de manera más o menos unánime. Porque hay cosas que, tal vez, importan más que la vuelta, Tisbea. Importa, me dije, haberla completado, como quien termina lo que empezó y se celebra a sí mismo y se siente satisfecho y busca en el compañero de viaje una sonrisa de simpatía, Tisbea, un abrazo».

Pasada la lluvia tuve suerte de llegar a tiempo para cenar con amigos a los que abracé con fuerza. Pero todo el camino estuve buscando a la chica que lloraba debajo de la lluvia, preguntándole a la gran elipse del azar si me la encontraría, y pensando ¿cómo te diría, hermana de vida repetida y tan distante, como te diría en tu lengua «Feliz Año»?

Una mujer de rasgos orientales en Salamanca y una mujer de rasgos colombianos en Salamanca son la misma escena debajo de la lluvia, en cualquier día del calendario.

CGG-H
(Salamanca, 3-01-09)

Seguidores